La verdad es que el título ya da para
pensar, porque convertir un instrumento de cuerda (muchas cuerdas) en un instrumento
de viento —con una sola palabra — consigue atraer mi atención.
Desde el comienzo del cuento he
entrado en un mundo de mentiras que me las creo. A mi juicio, el autor consigue
mi complicidad como lectora desde el principio, porque cuantas más mentiras me
cuenta, más verdades quiero conocer, así que no he tenido más remedio que
rebuscar sobre el mal carácter de Cherubini.
Una vez comprobado que este señor fue director del conservatorio de París
(1822), era necesario comprobar el carácter ordenado e impetuoso de Hector Berlioz y así aceptar que se abismaba en
algunas ocasiones (página 230).
Llegados a este punto me he visto obligada a buscar la identidad del Señor
Pons y de la señora Rusconi, aunque en
el caso de esta señora no estoy segura de que haya descubierto su verdadera
identidad.
Con los cuatro personajes
biografiados gracias a san google solo me quedaba el médico que buscaba
materia prima y la señora que alquilaba el tabuco a Berlioz, aunque esta señora
está tratada como una tarasca. Esta palabra (tarasca) igual que alguna otra, me ha obligado a buscar en el diccionario y me lo he pasado bastante
bien con este vocabulario de atribulados y vehementes amantes de la música que viven en tabucos alquilados.
Y lo más divertido ha sido el encuentro en el cementerio
—¡El cementerio de moda! ¡Lo que me faltaba por oír! Y nosotros, ¿a qué grupo
de noctívagos pertenecemos? ¿a los lectores de poemas amorosos o a los
adúlteros floridos?
Antes de llegar al momento concurrido del cementerio ya me rondaba por la
cabeza alguna imagen, pero no localizaba en mi memoria con exactitud lo que
flotaba como una nebulosa, pero los noctívagos me han hecho pensar en Tim Burton
y Johnny Depp en la película Sleepy Hollow y en ese momento ya sabía que los
rizos de Berlioz tenían un sentido trascendental y que podía comprender sus
palabras.
Me conmueve la idea de que
los muertos acompañen a los vivos en su peregrinar por la vida. Estoy
convencido de que podemos oír la voz de los difuntos, que su presencia flota
entre nosotros.
Después he recordado el miedo que pasé cuando era pequeña con una
película de dibujos animados que contaba el cuento La Leyenda del Jinete sin Cabeza, y la risa que pasé con la película de Burton, así como lo que me he
reído con el pedaleo de Berlioz.
Repito la misma idea con la que he comenzado este escrito. Este cuento me ha
sumergido de lleno en la ficción, un universo de mentiras pero sin engaños, porque para disfrutarlo tienes que hacerte
cómplice del autor: es lo mismo que ver a Johnny Depp asustado cuando sabes
que está actuando.
Parece que los dos están un poquito abismados.
Mambo
En este cuento Esquivias nos hace fácil algo que en mi opinión es díficil, me refiero a contar algo cotidiano y convertirlo en una historia especial. Una historia en la que los personajes no saben expresar bien sus sentimientos, pero el baile les resuelve ese inconveniente.
Colaboración a la lectura colectiva virtual del libro de Óscar Esquivias Andarás perdido por el mundo que realizamos varias personas bajo la guía del profesor Pedro Ojeda en su blog: La Acequia